El derecho de examen le corresponde a todo el mundo y es
éste uno muy preciado como para dejarlo librado a la simple opinión que
desprovista de argumentos, vaga en el vació de conceptos firmes que otorguen
apoyo y criterio. Es sumamente delicado el proferir aserciones axiomáticas sin
el justo recaudo de referirlas en acompañamiento de demostraciones lógicas a
favor de su veracidad. Si uno trata de convencer a otro de cierta verdad, debe
tomarse el tiempo de elaborar un razonamiento que lo avale.
Las sentencias, por más claras que les parezcan al
sentenciante, son paradigmas que limitan más que proposiciones que amplíen. Y
es en toda su amplitud, que el discernimiento individual debe ser buscado por
cada estudiante sincero de la verdad que permanezca independiente de cualquier
secta o religión.
Si la ciencia posee como métodos, la deducción y el
cálculo, tanto para afianzarse en definiciones, axiomas y postulados, ¿Cuánto
más recaudo deberá tener el investigador en materias metafísicas para
establecer principios y cánones universales?
Pues no debe olvidarse que estos servirán de base a
ulteriores razonamientos.
Y con todo, lo que se postula como una interpretación de
la Obra debe quedar en todo caso bajo los parámetros de una opinión personal,
la cual no debe recaer en la Obra, no debe adjudicársela.
Se podrán hacer libros enteros que hablen de la Obra,
pero el peso de sus razonamientos deberá recaer en sus autores y no en ella.
Hablar de la Obra en nombre de la Obra es cometer un error, es como hablar del
Cristo en nombre del Cristo, es como hablar de la Ciencia en nombre de la
ciencia. No señores, cuando se habla se debe hablar por uno mismo, cargando el
peso del error que nos corresponde.
Por mi parte considero que, por si misma, la Obra no ha
venido a regimentar nada ni a valerse de un absolutismo, ni autocracia de
principios, tal como se ha hecho con la Biblia, más bien, ha llegado como hermana, marchando
de la mano del progreso, direccionando a sus lectores a un único fin: El
trabajo.
Y en él, base de la dignidad, se deberán aceptar los
errores en que se pudiese haber caído, porque no hay progreso en el aislamiento
del que se cree infalible, sino en el que estrecha sus manos en signo de unidad
con otros igualmente humildes que él porque buscan la verdad.
Por otro lado, la Obra no viene a librar al hombre de su
trabajo, del estudio y de las investigaciones porque no trae una ciencia
completamente acabada, y da lugar a que el hombre comprenda por su propio
esfuerzo de discernimiento, el cual no podría estar limitado a un solo libro,
ciencia o doctrina en particular, sino que deberá abarcar lo que considere
necesario para su perfeccionamiento.
Y en esto radica la verdadera fraternidad, la cual
comparte sus revelaciones y no se guarda nada. Más, estas revelaciones,
otorgadas a diferentes centros receptivos del planeta, deben, si quieren ser
unánimes en su criterio, compartir las mismas bases, la misma lógica, a fin de
que ensamblados sostengan un cuerpo organizado dentro del diagrama general.
Actualmente las distintas revelaciones se mantienen
desunidas. La ciencia misma es una revelación, y no cabe un atisbo de unión
entre las distintas especialidades, cada cual marcha evadiendo el vínculo que
podría sacarla de la ignorancia en que actualmente se encuentra. Serán muchos
los satélites y artefactos que se envían al espacio, pero ninguno ha explicado
seriamente y sin contradicciones aberrantes, el origen de nuestra raza. Podrán
ser muchas las ideas e hipótesis que la física, la química, la biología, la
etnología , la paleontología, la paleontografía, la lingüística, etc.. nos
proponga creer en función de entender nuestro origen y nuestro destino aún más
cercano, pero lo cierto, y nadie en su sano juicio podrá negarlo, es que no
sabemos por la ciencia, la causa de nuestro existir, el porqué de nuestro
padecer, ni el destino de nuestro vivir.
Por lo tanto, si observamos, la preclara revelación que
la Obra nos viene a traer deberíamos preguntarnos ¿qué prueba colocará la
Divinidad para superar el estado de separación entre doctrinas sino es la
auto-superación de cada una de ellas?
¿Y de qué forma se cree, podrá lograrse tal
perfeccionamiento sino es elevando gradualmente el polo negativo del eje que
nuclea a determinada doctrina ciencia o religión?
Y en este punto debe darse el ejemplo si se quiere asumir
el rol directriz que a la Obra se le atribuye, porque no es rechazando el error
como se avanza, sino asumiéndolo, no es tapándolo como se llega a la verdad,
sino aprendiendo de él y así, solo así, caminaremos vía crucis, cayendo, si!,
pero volviéndonos a levantar, porque es ese “volverse a levantar” lo que le da
valor a la jornada.
Mas cuando por miedo, orgullo y egoísmo queremos tapar el
error, debe tenerse bien en claro que el parche no estará tejido con la verdad
y que lo que taparemos será ni más ni menos que nuestros propios ojos. Y
haciendo así, no solo dejaremos de ver, sino que además, habremos dado lugar a
la ignorancia y el separatismo.
Por ende, nuestra responsabilidad, no radica solamente en
leer, sino y fundamentalmente, en ser reveladores de su esencia y para esto es
indispensable ser conscientes de su realidad, de su proceso psicografico y de
los errores cometidos, no para rechazarlos sino para aprender de ellos y con
nuestro ejemplo poder enseñar a las demás doctrinas.
¿No es este el principio de unificación o cual otro puede
ser que no sea el reconocer los errores psicograficos? Porque, téngase en
cuenta, que ellos pueden ser aceptados, si con humildad aceptamos los propios,
pues la Obra no es más que un espejo de lo que somos como seres humanos.